Pensé que podría utilizar las latas como soportes verticales de cultivo.
Aprendí por las malas que tenía que ponerlos boca abajo para que escurriera el exceso de agua por los agujeritos del tapón.
A pesar de regar y airear la tierra, las raíces de los tomates nunca echaron raíces.
Al contrario, mis plantas se asfixiaban hasta amarillear, secarse y morir.
Cuando tiré los pies secos y moví la tierra. El agua se había estancado tanto en el centro del bidón que a la tierra le faltaba oxígeno y desprendía un olor a pantano.
Entiendo por qué mis tomateras nunca se sintieron como en casa.