Mis tomates no estaban tan maduros como los de mi 1ª cosecha. Eran anaranjados y su piel estaba un poco dura. De todos modos, no nos habrían dado de comer, pero son un buen complemento para una ensalada. Cuando su desarrollo se detiene a causa de la temperatura, la falta de hojas para la fotosíntesis o el riego intensivo (etc.), los tomates dejan de crecer y no siempre alcanzan su color máximo porque las condiciones externas impiden que se produzcan los cambios químicos en el ADN.
En este caso, se pueden cosechar y madurar en el interior a una temperatura de unos 22°C. Puedes encerrarlos en una bolsa de papel con un plátano, lo que ayuda a los tomates a acelerar el proceso de maduración. Es una cuestión de química natural. Confieso que no utilicé esta técnica. Los probamos tal cual.
Más tarde, la nueva planta dio a luz tomates que esta vez eran un poco más rojos. Se habían saciado de fotosíntesis y etileno, y habían encontrado la temperatura de crecimiento adecuada. No son rojo rubicundo, pero los aceptamos como son, como pequeños milagros, auténticas maravillas.